Es previsible imaginarse lo que pasó por la mente del técnico del Rayo Vallecano cuando el sorteo de la Copa del Rey determinó que su rival sería el FC Barcelona. Andoni Iraola siempre se quedó a las puertas de coronarse como jugador en el Athletic de Bilbao, pues siempre acabó chocando con el conjunto azulgrana. No fue uno, ni siquiera en dos, sino tres veces; en las tres finales de Copa que jugó -y que perdió- como futbolista, en 2009, 2012 y 2015.
En las dos últimas oportunidades, disputó las finales con la banda de capitán del Athletic, pero fueron Xavi Hernández en 2012 y Andrés Iniesta en 2015 quienes subieron al palco para recoger la Copa. Fue en el mismo 2015 cuando el Athletic al fin pudo resarcirse y celebrar así su primer título en 31 años, la Supercopa de España ante el Barça, pero Iraola ya no estaba. Había abandonado el club vasco unos meses atrás.
Con sabor amargo, le dijo ‘adiós’ a Bilbao
Su último partido como jugador en el Athletic fue precisamente la final de Copa de 2015, celebrada en el Camp Nou. Previamente le dijo ‘adiós’ a San Mamés con todos los honores, marcando un gol ante el Villarreal, alzado en hombros por sus compañeros y acompañado por una escandalosa ovación del público presente. ‘El futbolista que todo lo hace bien’ o ‘Se despide un ‘gentleman’ fueron algunos de los titulares que reseñó la prensa al día siguiente. Sus colegas le pidieron que se quedara por un año más, pero Iraola insistió en cambiar de aires. Atrás quedaron 510 partidos con la camiseta del Athletic, solo superado por Iribar, Txetxu Rojo y Etxeberria.
Los inicios de Iraola habían sido en el Antiguoko de San Sebastián (club que tiene un acuerdo de colaboración con el Athletic) y antes de llegar al primer equipo jugó en el Baskonia, de Tercera división, y el Bilbao Athletic. Fue un jugador con características soñadas por cualquier entrenador: versátil (fue extremo, interior, medio centro, mediapunta y en sus últimos años, a las órdenes de Ernesto Valverde, lateral), con cierta capacidad goleadora, discreto y líder silencioso. Solo sufrió una expulsión en sus doce temporadas en el primer equipo del Athletic, ante el Valencia. Cuando se midió ante el Barça en 2004, Ronaldinho dijo que él había sido el futbolista que mejor lo había marcado “porque no se conformaba con quitarme el balón, sino que lo convertía en una acción de peligro”.
De Estados Unidos a Chipre
La oferta inicial era para formar parte de ‘one-club man’, pero finalmente aceptó la oferta del New York City, donde jugó una temporada (2015-16) antes de retirarse. Colgó las botas y de inmediato tomó la pizarra y asumió el mando de un conjunto con asombrosa naturalidad: regresó al Antiguoko para entrenar al equipo juvenil y pocos meses después se le presentó la oportunidad de dar el salto a Chipre, donde entrenó al AEK de Larnaca, al que clasificó para la Europa League y con el que ganó la Supercopa chipriota. En enero de 2019 fue destituido y seis meses más tarde firmó como entrenador del Mirandés, equipo donde explotó sus dotes como estratega de primerísimo nivel.
Condujo al conjunto burgalés a las semifinales de Copa tras eliminar a tres equipos de primera: Celta, Sevilla y Villarreal, y lo catapultó al ecuador de la tabla, exprimiendo al máximo uno de los presupuestos más escasos de fútbol español. Una campaña en Segunda le sirvió para convertirse en el técnico más pretendido de la categoría, tuvo ofertas de: Leganés, Zaragoza y Mallorca pero se quedó con el Rayo Vallecano, equipo al que mantiene en posiciones de ‘play off’ de ascenso a Primera pese a la difícil situación institucional del club.
Realmente su carrera como técnico no ha hecho sino despegar, y se espera que como Xavi en el Barça, algún día cual hijo pródigo regrese a San Mamés para dirigir al Athletic de Bilbao. Pero de momento, al frente tiene al que ha sido siempre su verdugo, el Barcelona, que por primera vez enfrentará sentado en el banquillo.