La facilidad de palabra de Gerard Piqué fuera de los terrenos de juego le han convertido en un fantástico escaparate para los medios de comunicación, que entran al trapo y le siguen al juego al que posiblemente sea uno de los futbolistas más inteligentes de la actualidad.
Sincero y directo, es consciente de la repercusión que tienen sus actos y sus declaraciones. Por eso sabe escoger cuándo y cómo decirlas. Aunque pueda escocer o a veces abra la boca porque le va la marcha, Piqué acostumbra a decir verdades como puños, y eso no es habitual entre los deportistas, por eso genera reacciones amor-odio.
Pero este artículo no pretende hablar del Piqué de las redes sociales o del Gerard que actúa de presidente cuando le ponen un micro enfrente. Se habla muy poco del rendimiento de Piqué en el césped. Un seguro de vida, con la regularidad por bandera y el sentimiento culé como combustible para pelear hasta el final.
Una década de azulgrana
El central catalán cumplirá 10 años como azulgrana en 2018 y hasta la fecha ha conquistado ya 24 títulos. No está mal. Aprendió de Puyol y supo heredar el trono sin ningún tipo de estupor. Y actualmente es el jefe de la defensa culé.
Gesticulando menos que Mascherano, pero cumpliendo partido tras partido. Pocos errores se le recuerdan al central catalán. Buena salida de balón, ímpetu para subir al ataque, colocación atrás, rapidez al corte, solidez por arriba.
Piqué es un central completo que, además, siempre da un plus en las grandes citas. Ahí se multiplica y demuestra que su actual versión está al alcance de muy pocos defensas en el mundo.
¿El problema? Sus palabras le hacen ser más protagonista que sus hechos en el campo. Y es una pena, porque ahí sí que Gerard es el verdadero Presidente.