Luis Enrique se sentará este sábado por última vez en el banquillo como entrenador del FC Barcelona. Su objetivo, muy simple: acabar la temporada con un título. Sería el noveno de su etapa como técnico culé y permitiría a los azulgrana jugar la Supercopa de España este verano ante el Real Madrid.
Es lo único que tiene el técnico asturiano entre ceja y ceja. Y cuando llegan las despedidas es momento de hacer balances, algo que debe realizarse con mucho detenimiento y poniendo todo en contexto. Hay algo claro que ya se puede afirmar: su etapa está más que aprobada.
Lucho volvió al Camp Nou como se marchó en su día: como un ídolo. Aunque ya no para vestir de corto, sino con traje y corbata -aunque su look haya sido bastante casual-. Una figura con carácter, impulsivo, un tanto altivo a ojos del rival, pero defensor de los suyos como pocos. Y fue capaz de, en su primera campaña, reavivar a un equipo que estaba en ligera decadencia -con el Tata-. Esa inyección de moral es irrefutable.
De la gloria a una falta de ambición y regeneración
Alcanzó la cima en su primer curso con un triplete inolvidable. En la Champions, el premio más codiciado, el Barça mostró una aplastante superioridad ante todos sus rivales. Y claro, fue tan precoz la gloria, que mantener el hambre fue una ardua tarea. "Este equipo siempre quiere ganar", dijo nada más comenzar su segundo curso. Pero ese nivel de intensidad del primer año ya empezó a perderse, muy poco a poco.
No es que perdiera la ilusión por ganar, pero fue palpable que Luis Enrique no era capaz de transmitir lo mismo a sus jugadores. Eso y que los rivales buscaban cada vez más antídotos para frenar a la MSN, de la que el Barça pasó a depender en exceso -sobre todo en el reparto de goles-. Aún y así, se ganó la Liga en el Calderón. La Supercopa de España, un borrón que quedó en anecdótico.
Y este curso ha sido la evidente prueba de que un equipo campeón necesita regenerarse si quiere mantenerse en la élite. Porque el riesgo de entrar en bucle y con los mismos jugadores -y si encima los fichajes no funcionan- suele traducirse en decepciones. En la Champions, dos dolorosas derrotas. La noche de París pudo salvarse con una gesta irrepetible en el Camp Nou. La de Turín ya no. Ni el invento del 3-4-3, interesante en su idea y eficaz en su ejecución, bastó.
En la Liga faltó la regularidad necesaria para superar al Madrid. Se falló en los sitios más inesperados, porque ante los rivales grandes se ha ganado -o empatado-. En definitiva, Luis Enrique podría compararse a una Coca-Cola: cuando se abrió llegó una explosión que poco a poco ha ido disminuyendo.
Él se va con la conciencia muy tranquila
Hace unas semanas, en una rueda de prensa, Luis Enrique mostró su indiferencia ante la herencia que puede dejar en el club: "Realmente ahora mismo no pienso en eso, me importante bastante poco si dejo mucha o poca. Me quedo con el cariño y el reconocimiento de toda la gente, que es mucho".